TREGUA NAVIDEÑA EN EL FRENTE OCCIDENTAL


La guerra había encallado pronto en un enfrentamiento de trincheras. Todo el frente occidental era, en verdad, una larga cicatriz que desde el Mar del Norte hasta el Mediterráneo separaba a los soldados enemigos apenas unos cuantos metros.

Los mandos se encargaron desde muy pronto de azuzar los ánimos de unos contra otros, de otros contra unos. Entre la tropa de aliados, digamos, ingleses y franceses, circulaban terribles historias sobre la crueldad alemana. Lo mismo ocurría a la inversa.

El 24 de diciembre de 1914, en las inmediaciones de Ypres, en Bélgica, los soldados ingleses no daban crédito cuando, del otro lado, oyeron que una voz se elevaba en medio de la noche. Luego otra, y otra. Un coro de voces cantando un villancico.

De pronto, esos mismos soldados ingleses, franceses y belgas, pudieron contemplar, con sus miradas perplejas, unas luces que iban apareciendo por las líneas del frente. Eran árboles de navidad.

Cuando las voces alemanas callaron, del otro lado aplaudieron. Y cantaron a su vez. Así, venciendo los primeros temores, de uno y otro lado de la trinchera salieron algunos hombres. Quedaron claras las intenciones. Y confraternizaron.

Se intercambiaron regalos, cigarrillos y comida. Cantaron juntos. Juntos enterraron a los muertos y juntos asistieron a una misa común. Y hubo risas compartidas. Hasta hacía unos minutos habían estado matándose unos a otros, ahora sorprendentemente, todos descubrían que los declarados enemigos no parecían diferir de los amigos.

Del episodio se formó una bola de nieve de repercusión notable. La fraternidad se extendió varios kilómetros a lo largo del frente. Hasta se jugaron partidos de fútbol. Por un momento, todos comprendieron que la guerra era una enorme tontería.

Los jefes, cuando se enteraron, estallaron de rabia. Pero no vamos a contar lo que hicieron, aunque no es difícil de imaginar. Ellos no merecen nada más que nuestro desprecio y nuestro olvido.