La historia que vamos a conocer a continuación, nos demuestra que los tiempos que corren, siempre corrieron, y en nuestras escuelas los que tienen que pagar pagan poco, los que tienen que cobrar cobran poco, y en definitiva los que terminan pagando caro sin cobrar nada, son los niños de blanco. Pero afortunadamente existen esas personas que aparecen muy de vez en cuando, para darnos verdaderas lecciones de vida.
Allá por el año 1923, un joven de reducida estatura cabalgaba desde la ciudad rumbo a la selva chaqueña. En un paso pantanoso el caballo corcovea y lo lanza hacia el lodo negro y denso. Sin una palabra de protesta, sin el menor gesto de impaciencia, Antonio Fernández vuelve a montar su caballo y prosigue la marcha.
Al llegar al pueblo descubre que la escuela para la que había sido designado director interino carecía de todo, incluso de local. Con su propio dinero alquila una modesta vivienda, erige un mástil al frente, blanquea paredes, empareja pisos, improvisa armarios, bancos y de inmediato inaugura la escuela. Ha invertido todo su dinero en ella.
La historia se repite en la Chiquita Fernández, allí, un rancho destartalado oficiaba de escuela. Y allí fue Antonio, y construyó un nuevo local nuevamente con sus ahorros. Creó una escuela nocturna que reunía a adolescentes y adultos. Con el tiempo surgío el jardín que puso una nota de colorido, parque con árboles de la región y algunos exóticos, la chacra escolar y el patio de juego.
Allí se casó con una colega, Emma Santía, y nacieron sus hijos.
En 1940, el consejo Nacional decide crear una escuela en el Ensanche sur de Presidencia Roque Saenz Peña, debido a su crecimiento extraordinario, y es destinado como director. Como tal, solicita fondos para la ampliación del local pero recibe sólo 5000 pesos. Trata el asunto de las reformas con la intendencia, la sociedad cooperadora y los vecinos.
De la escuela original deja los cimientos, muchos lo creían loco, pero al dar comienzo el nuevo ciclo escolar el edificio estaba terminado. Luego fueron surgiendo, el jardín, la huerta, el gimnasio, la sala de primeros auxilios, el gallinero, el salón comedor, el equipo de música con parlantes para amenizar los recreos, la biblioteca.
Pero en tiempos de creciente nacionalismo, Fernández ofrecía un blanco propicio: era español. No importaba que hubiera llegado a Argentina a los 6 años y que se hubiera recibido de profesor en la Escuela Nacional de Profesores de Corrientes. Fernández era español, y amigo de los humildes, tenía que ser comunista.
Se le practicó un sumario y ante la indignación del pueblo que se irguió en defensa al maestro, fue pasado a cesantía. Cuando fue informado, mantuvo la entereza y pidio un favor: que la comunicacion oficial llegara después del 25 de mayo, ese día quería desfilar por última vez frente a su escuelita.
Allá por el año 1923, un joven de reducida estatura cabalgaba desde la ciudad rumbo a la selva chaqueña. En un paso pantanoso el caballo corcovea y lo lanza hacia el lodo negro y denso. Sin una palabra de protesta, sin el menor gesto de impaciencia, Antonio Fernández vuelve a montar su caballo y prosigue la marcha.
Al llegar al pueblo descubre que la escuela para la que había sido designado director interino carecía de todo, incluso de local. Con su propio dinero alquila una modesta vivienda, erige un mástil al frente, blanquea paredes, empareja pisos, improvisa armarios, bancos y de inmediato inaugura la escuela. Ha invertido todo su dinero en ella.
La historia se repite en la Chiquita Fernández, allí, un rancho destartalado oficiaba de escuela. Y allí fue Antonio, y construyó un nuevo local nuevamente con sus ahorros. Creó una escuela nocturna que reunía a adolescentes y adultos. Con el tiempo surgío el jardín que puso una nota de colorido, parque con árboles de la región y algunos exóticos, la chacra escolar y el patio de juego.
Allí se casó con una colega, Emma Santía, y nacieron sus hijos.
En 1940, el consejo Nacional decide crear una escuela en el Ensanche sur de Presidencia Roque Saenz Peña, debido a su crecimiento extraordinario, y es destinado como director. Como tal, solicita fondos para la ampliación del local pero recibe sólo 5000 pesos. Trata el asunto de las reformas con la intendencia, la sociedad cooperadora y los vecinos.
De la escuela original deja los cimientos, muchos lo creían loco, pero al dar comienzo el nuevo ciclo escolar el edificio estaba terminado. Luego fueron surgiendo, el jardín, la huerta, el gimnasio, la sala de primeros auxilios, el gallinero, el salón comedor, el equipo de música con parlantes para amenizar los recreos, la biblioteca.
Pero en tiempos de creciente nacionalismo, Fernández ofrecía un blanco propicio: era español. No importaba que hubiera llegado a Argentina a los 6 años y que se hubiera recibido de profesor en la Escuela Nacional de Profesores de Corrientes. Fernández era español, y amigo de los humildes, tenía que ser comunista.
Se le practicó un sumario y ante la indignación del pueblo que se irguió en defensa al maestro, fue pasado a cesantía. Cuando fue informado, mantuvo la entereza y pidio un favor: que la comunicacion oficial llegara después del 25 de mayo, ese día quería desfilar por última vez frente a su escuelita.
El día 26 llegó la comunicación y abandonó el lugar.
Pero Fernández era maestro de alma y los niños lo necesitaban. Con la complicidad del pueblo, fuera de la nómina del personal y sin sueldo, siguió concurriendo a la escuela todos los dias hasta que finalmente, dos años después, a la justicia se le ocurrió reponerlo en su puesto.