Don Antonio López de Santa Anna fue once veces presidente de México, abandonaba el cargo cuando se sentía fastidiado del poder, fue realista e insurgente, apoyó a Iturbide y lo traicionó, fue conservador y republicano, tenía el ojo alegre con las mujeres, era parrandero y jugador, aceptó con gusto el apodo El Napoleón de América, perdió una pierna en una batalla y la enterró con honores, se hizo llamar Su Alteza Serenísima y vendió la mitad del territorio nacional. Una historia digna de una novela de García Márquez.
En 1836, cuando Santa Anna descansaba en su hacienda Manga de Clavo, y los mexicanos descansaban de él, la cantidad de inmigrantes norteamericanos que se habían establecido en Texas superaban a la población local 10 a 1, es decir, de facto Texas ya era norteamericana. El gobierno mexicano había autorizado a cierto número de inmigrantes, y había prohibido la esclavitud en todo el territorio, pero los norteamericanos, que vieron que las enormes llanuras de Texas que están en la costa del Golfo tenían muchos ríos y podían ser productivas, llegaron con sus esclavos y lo único que hicieron fue seguir la tendencia de los anteriores colonos, que se habían apoderado de todas las tierras al sur de Nueva York, y ahora caminaban hacia el Oeste.
Lo importante era que México despierta de su larga siesta en 1836, y se acuerda que Texas es suyo porque los norteamericanos ya la habían invadido. Pacíficamente, pero invadido. Entonces se acuerda que tiene un héroe, y lo manda llamar para ir a pelear contra los invasores.
Santa Anna reúne un ejército de unos 3000 hombres, y se va para el norte, para enfrentarse a las fuerzas de Sam Houston. Al terreno de los hechos, un lugar en la desembocadura del río San Jacinto, cerca de la actual ciudad de Houston, llegaron aproximadamente 1400 mexicanos, que pelearían contra unos 800 norteamericanos. Hacía poco, en febrero, los mexicanos sitiaron El Alamo durante semanas, y terminaron por matar a todos los defensores; en otra localidad cercana (Goliad), también acabaron con los norteamericanos. Aquí entra la psicología de uno y otro lado: por parte de los mexicanos sentían que iban avanzando satisfactoriamente, creían próxima la victoria, se sentían optimistas, confirmaban su fe en Santa Anna. Del otro lado, Houston y sus gentes estaban resentidos por las derrotas sufridas y con ganas de venganza. Era en abril, la zona estaba verde por el pasto muy crecido cerca del río, todo invitaba a la reflexión y al descanso. Sam Houston conocía a los mexicanos y sus costumbres, pero se enfrentaba a desventaja numérica y algunos de sus jefes opinaban que sería mejor retroceder hacia el Este. Sin embargo, Houston insistió, porque conocía esta hermosa costumbre mexicana de la siesta, y consideró que podía atacar por sorpresa.
Y así fue. A las tres de la tarde (no en la madrugada ni a la media noche, sino al mediodía) los norteamericanos avanzaron hasta unos pocos metros de las fuerzas mexicanas, cubiertos por el pasto crecido y ayudados - providencialmente - porque los vigías también estaban dormidos. Atacaron al grito de remember El Alamo!, y masacraron a unos 800 mexicanos. De Santa Anna, cuentan los norteamericanos que estaba reposando de sus fatigas junto a una mulata llamada Emily Morgan, y crearon una canción para festejarlo: The yellow Rose of Texas. Santa Anna consiguió huir pero luego fue capturado.
Sam Houston conocía a los mexicanos y tuvo la inteligencia de diseñar un plan de ataque basado en este punto que le dio la victoria en unos 20 minutos, con una coreografía simple de ambos lados; los norteamericanos ejecutaron dos pasos: avanzar todos a hurtadillas, y atacar todos al mismo tiempo; los mexicanos también ejecutaron dos pasos: dormir la siesta y huir. Gracias a esa batalla se formalizó lo que era un hecho de tiempo atrás: Texas era norteamericana.