Alta es la noche y Morazán vigila.
Invasores llenaron tu morada.
Y te partieron como fruta muerta,
y otros sellaron sobre tus espaldas
los dientes de una estirpe sanguinaria,
y otros te saquearon en los puertos
cargando sangre sobre tus dolores.
Pablo Neruda: Canto general, XXXI
Cuando Francisco Morazán nació, en Tegucigalpa, Honduras, un 3 de octubre de 1792, no había allí ni una sola escuela pública y ningún hospital, y los pobres vivían olvidados.
El soñó con una Centroamérica unida, con una nación grande y progresista. Por ella luchó arduamente hasta que fue su presidente desde 1830 hasta 1838. Durante su gestión como mandatario de la República Federal, Morazán promulgó las reformas liberales, las cuales incluyeron: la educación, libertad de prensa y de religión entre otras. Además limitó el poder de la Iglesia Católica con la abolición del diezmo de parte del gobierno y convirtió los conventos en escuelas y hospitales.
Con estas reformas Morazán se ganó enemigos poderosos, y su período de gobierno estuvo marcado por amargas luchas internas entre liberales y conservadores. En su última batalla, reunió ochenta hombres contra cinco mil, y así y todo tuvo que ser traicionado por un supuesto amigo, para poder ser apresado.
Una multitud lo vio pasar en silencio cuando entraba en San José de Costa Rica, atado a un caballo. Fue juzgado y al rato nomás, sentenciado a muerte. Morazán pidió el mando de la escolta y fue él quien ordenó el fuego, no sin antes abrirse la levita y descubrir su pecho. Dicen que no murió en la primera descarga, se levantó como pudo, dijo "aún estoy vivo", para recibir el tiro de gracia.
Con su muerte la República Federal se fracturó irrevocablemente. Esto fue explotado por la Iglesia y los líderes conservadores, que se unieron bajo el liderazgo de Rafael Carrera, y, con el fin de proteger sus propios intereses, terminaron por dividir a Centroamérica en cinco estados.
Trece años después, el estadounidense William Walker invadía estas tierras y se proclamaba presidente de Nicaragua.