Yusuf Ishmaeld era turco, un hombre enorme y de oficio luchador.
A finales del siglo XIX decidió hacer las américas y puso rumbo a Estados Unidos para hacer lo que mejor sabía hacer, luchar. Sin miedo a nada ni a nadie se enfrentó a los mejores. Ganó al campeón de lucha Evan Lewis y Ernest Roeber, que en aquel tiempo era campeón de lucha grecorromana.
Aquellas victorias dieron a Yusuf grandes beneficios. Dinero que al luchador turco le encantaba invertir en su verdadera pasión, el oro.
Tenía la costumbre de convertir todo el dinero en monedas y en esta ocasión no fue diferente. Con el dinero hecho monedas de oro, le gustaba guardarlas en un cinturón casi tan grande como él que llevaba siempre puesto.
Y así, tras terminar su periplo por las américas, con el cinturón más dorado que nunca, decidió volver. Llegando de nuevo a Turquía, a unos metros de la costa el barco en el que viajaba chocó con un buque inglés. Ante el inminente hundimiento, todos los pasajeros saltaron por la borda tratando de alcanzar los botes salvavidas.
Yusuf también salto aunque con más dificultades para mantenerse a flote debido al cinturón. Ante la elección de abandonar su tesoro y sobrevivir o morir hundido con él, Yusuf prefirió irse al fondo del mar con su dorado tesoro.