ATHANASIUS Y LA PIEDRA ROSETTA


Athanasius Kircher era un gran tipo, que no es mal comienzo. A los dieciséis años entró en la Compañía de Jesús y pronto demostró tener un genio innato para los idiomas. Corría la década de 1620 y el amigo Kircher dominaba hebreo, griego y latín entre otros, con poco tiempo de estudio de cada uno de ellos. También se formó en astronomía, humanidades, ciencias naturales, matemáticas… Es decir, se convirtió en una enciclopedia repleta de conocimientos.
Eran tan sumamente inteligente que su fama le precedía y era todo un referente mundial en lo que a idiomas se refiere. Dominaba lenguas orientales, traducía libros de forma magistral y, además, era capaz de diseñar y construir relojes y otros aparatejos similares. Kircher llegó a ser considerado el mayor experto mundial, de su tiempo, en antigüedades egipcias y sabía descifrar los jeroglíficos. No nos olvidemos que faltaba mucho tiempo para que Champollion destripara la piedra Rosetta.
Con este espectacular currículum y con todo el mundo a sus pies, el mismísimo Papa requirió de sus servicios para traducir los jeroglíficos de un obelisco egipcio que había sido llevado a Roma. Kircher no tuvo ningún problema en hacerlo y en poco tiempo había finalizado el trabajo. Este servicio le reportó aún más fama, pero también dinero y títulos.

Ahora bien, cuando dos siglos después se descubrió la piedra Rosetta y gracias a la pericia de Champollion se pudo leer con detalle lo que decía el obelisco en cuestión, se descubrió que nuestro amigo jesuita no había pegado una. Su traducción había sido completamente errónea.

¿Sabía él de sus errores cuando cobraba el dinero papal? Es posible. En cualquier caso, y a pesar de esta curiosa y divertida historia, Athanasius Kircher fue un gran lingüista y un hombre realmente culto. Pero también es cierto que en este caso aquello de “en el país de los ciegos el tuerto es el rey” encaja sin fisuras.