El Beso, del artista francés Auguste Rodin, es una de las esculturas más representativas de su autor y del arte en general.
En principio fue llamada Francesca da Rimini, nombre de uno de los personajes del Infierno de Dante, que se enamoró del hermano de su marido, Paolo, a su vez casado. Enamorados mientras leían juntos la historia de Lanzarote y Ginebra, fueron descubiertos y asesinados por el marido de Francesca. En El Beso puede verse el libro en la mano de Paolo. Cuando los críticos de arte vieron la escultura en 1887, sugirieron el título menos específico de El Beso (Le Baiser).
Con el tiempo la imagen se convirtió en un ícono del amor y la pasión. Sin embargo, luego de observar detalladamente la obra, nos encontraremos con un sub-mensaje controversial.
Elaborada entre 1886 y 1890, la escultura corresponde al momento en que Rodin compartía su trabajo y su cama con Camille Claudel, con quien mantuvo una relación tormentosa y enfermiza. Mientras ella estaba perdidamente enamorada, él, si bien la consideraba su pareja, mantenía relaciones con varias amantes.
Es sabido que los artistas vuelcan en sus obras, consciente o inconscientemente, su carga subjetiva, proyectando en ellas sus pensamientos y sus sentimientos, angustias, temores, dolores.
Ahora bien, si nos detenemos en El Beso, la actitud de los personajes es muy distinta una de la otra. Ella lo besa a él con toda su pasión y se desarma en sus brazos, mientras él mantiene su línea vertical, más indiferente, apenas apoya su mano derecha en la cadera de ella y con la otra mano, no deja de sostener el libro que probablemente se encontraba leyendo.
La piedra habla, la piedra no miente.