CIUDAD DEL CABO, Sudáfrica.- Una cinta roja cubre la boca de una jovencita morena de mirada triste y ausente. Su cara parece precipitarse a un abismo. Hay un número telefónico debajo, una suerte de 0-800 destacado en color rojo. La imagen es un afiche que forma parte de una campaña del gobierno sudafricano para combatir la prostitución y el tráfico de menores. Observarlo en cada esquina reavivó una reciente conversación telefónica con José Luis Ponce de León, un obispo argentino que peregrina por la Sudáfrica recóndita desde 1994.
"La llegada de muchos visitantes durante el Mundial activó el tráfico de personas para la prostitución y se extendieron las redes de tráfico sexual, con lo que eso significa en este país tan castigado por el VIH", alerta el obispo, un porteño de 48 años nacido en la Paternal y testigo de los primeros pasos de reconversión de Sudáfrica a partir del surgimiento de Mandela.
Hay razones para valorar el testimonio de Ponce de León. Hace apenas unos meses, fue nombrado por el papa Benedicto XVI obispo titular de Maturba y vicario apostólico de Ingwavuma, un sitio ubicado en el este del país, entre llanuras y cumbres, en la frontera con Mozambique y Swazilandia.
Ingwavuma es un territorio precario, rural, sin agua potable y con grandes huertas comunitarias. Es un lugar donde la pandemia del VIH camina con pies de plomo y la ayuda humanitaria y religiosa es un brazo solidario que intenta socorrer a una población de 618.000 habitantes, de los cuales "un 40 por ciento o más" contraen el virus del sida, precisa el obispo.
Da la sensación de que Ingwavuma es un punto oscuro que hace equilibrio en el mapa. Sin embargo, el espíritu solidario hizo del territorio un foco comunitario, donde convergen culturas, religiones e idiomas con un propósito desinteresado: ayudar. Así como el músico mexicano Carlos Santana grabó el documental Road to Ingwavuma con fines benéficos, aquí hay cientos de héroes anónimos que echan raíces con el afán de modificar parte de la historia.
El obispo Ponce de León es uno de ellos. También los son las decenas de voluntarios que siguen a diario la evolución de los enfermos de VIH. Pero la esperanza se puede estrellar con la sinrazón del mundo contemporáneo: apenas 1400 personas de 247.000 alcanzan a recibir el medicamento diario. La estadística es fría e irrefutable. "Por el sida se pierde una generación. Una generación entera." La voz trémula de Ponce de León se apaga entre la distancia y la pena.
Fuente: Diario La Nación 2009