Junto con el auge económico y el gran flujo inmigratorio aparecieron en escena las grandes tiendas comerciales y, por ende, la publicidad irrumpió como una actividad especializada. Los nuevos negocios como "Gath & Chaves", "Harrods" y "La Nacional" comenzaron a editar catálogos -primero mensuales y luego quincenales- con sus ofertas. La técnica de las "temporadas de liquidación" sirvió para captar a un público menos pudiente que, al menos dos veces por año, concurría a una cita casi obligatoria. Los avisos en los diarios le dieron a la prensa un carácter cada vez menos polémico y más distractivo, lo que amplió su lectura a un ámbito familiar más extenso. E inclusive algunos profesionales y negocios de menor envergadura- empezaron a publicar avisos ofreciendo sus servicios.
Los avisos en el diario "La Prensa" a partir de 1900 empezaron a incluir titulares del estilo "El gran remate del día para los pobres: 95 soberbios terrenos en el centro de Flores". Los anuncios de remates eran complementados con carteles callejeros y se delineaba de esta manera un nuevo negocio inmobiliario que permitió el acceso a la vivienda de una parte importante de los sectores populares. Las quintas ubicadas en el ejido urbano se loteaban y remataban, aunque no eran raros los fraudes. Muchas veces los terrenos estaban en zonas inundables. Inclusive no faltó quien hiciera tender unos metros de riel para hacer creer a los compradores que pronto podrían salir de casa y trepar al "tramway".
Los negocios por cuenta propia proliferaron a fines del siglo XIX y principios del XX. Esta clase de trabajo ofrecía la posibilidad de no depender de un patrón para subsistir. Aparecieron así pequeños talleres con intenciones de convertirse en industriales, paragüeros -que no debían pasar el umbral de las casas que visitaban-, vendedores de cigarrillos, de gallinas, de pescado y de loros, que animaban los barrios con sus gritos. También carniceros ambulantes, maniseros, afiladores, costureras, lustrabotas y organilleros ponían su impronta en el paisaje urbano.
Como consecuencia de la aparición del frigorífico y de la expansión del negocio de la carne surge un dato revelador: entre 1866 y 1916, la Sociedad Rural pasó de 65 a 3.015 socios, y en ese mismo lapso los 12 millones de vacunos con que contaba el país se convirtieron en 30 millones.
Debido a que el puerto de la ciudad de Buenos Aires no era adecuado para el creciente tráfico de mercaderías y no podía recibir a los buques de mayor calado se comenzó a pensar la construcción de un nuevo puerto. Pronto aparecieron dos proyectos, de características diferentes, impulsados por Luis A. Huergo y por Eduardo Madero. Huergo proponía aprovechar el Riachuelo como refugio natural para las embarcaciones y Madero proyectaba construir un complejo sistema de diques frente a la Plaza de Mayo. Finalmente se impuso la propuesta de Madero que en enero de 1889 inauguró el primero de los diques.
Los avisos en el diario "La Prensa" a partir de 1900 empezaron a incluir titulares del estilo "El gran remate del día para los pobres: 95 soberbios terrenos en el centro de Flores". Los anuncios de remates eran complementados con carteles callejeros y se delineaba de esta manera un nuevo negocio inmobiliario que permitió el acceso a la vivienda de una parte importante de los sectores populares. Las quintas ubicadas en el ejido urbano se loteaban y remataban, aunque no eran raros los fraudes. Muchas veces los terrenos estaban en zonas inundables. Inclusive no faltó quien hiciera tender unos metros de riel para hacer creer a los compradores que pronto podrían salir de casa y trepar al "tramway".
Los negocios por cuenta propia proliferaron a fines del siglo XIX y principios del XX. Esta clase de trabajo ofrecía la posibilidad de no depender de un patrón para subsistir. Aparecieron así pequeños talleres con intenciones de convertirse en industriales, paragüeros -que no debían pasar el umbral de las casas que visitaban-, vendedores de cigarrillos, de gallinas, de pescado y de loros, que animaban los barrios con sus gritos. También carniceros ambulantes, maniseros, afiladores, costureras, lustrabotas y organilleros ponían su impronta en el paisaje urbano.
Como consecuencia de la aparición del frigorífico y de la expansión del negocio de la carne surge un dato revelador: entre 1866 y 1916, la Sociedad Rural pasó de 65 a 3.015 socios, y en ese mismo lapso los 12 millones de vacunos con que contaba el país se convirtieron en 30 millones.
Debido a que el puerto de la ciudad de Buenos Aires no era adecuado para el creciente tráfico de mercaderías y no podía recibir a los buques de mayor calado se comenzó a pensar la construcción de un nuevo puerto. Pronto aparecieron dos proyectos, de características diferentes, impulsados por Luis A. Huergo y por Eduardo Madero. Huergo proponía aprovechar el Riachuelo como refugio natural para las embarcaciones y Madero proyectaba construir un complejo sistema de diques frente a la Plaza de Mayo. Finalmente se impuso la propuesta de Madero que en enero de 1889 inauguró el primero de los diques.
Entre 1870 y 1914 Argentina fue el país que más inmigrantes recibió -europeos en su mayoría- respecto de la población local, y el segundo después de Estados Unidos, en números absolutos. La población creció cuatro veces y media: pasó de 1.736.800 habitantes en 1869 a 7.885.237 en 1914.
Sin embargo y muy a pesar del crecimiento económico, las cosas no eran muy diferentes a las que conocemos de épocas recientes. La corrupción y la evasión fiscal ya estaban instaladas en nuestro inconciente colectivo.
En 1890, la reducción de los ingresos fiscales, el incremento de los gastos y las crecientes obligaciones de la deuda externa generaron un crack que sumió a la estructura económica del país en un caos. Se cerraron y liquidaron numerosos bancos, incluyendo el Nacional y el de la Provincia de Buenos Aires, quebraron las casas comerciales y se paralizaron las obras públicas. El desempleo arreció, cayeron los saldos migratorios y se incrementaron los conflictos laborales. El gobierno tambaleó: Juárez Celman debió renunciar y asumió la presidencia Carlos Pellegrini.
Sin embargo y muy a pesar del crecimiento económico, las cosas no eran muy diferentes a las que conocemos de épocas recientes. La corrupción y la evasión fiscal ya estaban instaladas en nuestro inconciente colectivo.
En 1890, la reducción de los ingresos fiscales, el incremento de los gastos y las crecientes obligaciones de la deuda externa generaron un crack que sumió a la estructura económica del país en un caos. Se cerraron y liquidaron numerosos bancos, incluyendo el Nacional y el de la Provincia de Buenos Aires, quebraron las casas comerciales y se paralizaron las obras públicas. El desempleo arreció, cayeron los saldos migratorios y se incrementaron los conflictos laborales. El gobierno tambaleó: Juárez Celman debió renunciar y asumió la presidencia Carlos Pellegrini.