Era una tarde soleada del invierno de 1970. Ringo ya vivía en su departamento de Lafinur y avenida Del Libertador. En una de las tantas tertulias junto a amigos en la mesa del bar Tabac, había quedado ocasionalmente sólo con Ernesto Cherquis Bialo, redactor de El Gráfico bajo el seudónimo de Robinson en aquella época. Prendió un habano.
“Yo tengo que hacer una pelea por unos cuantos dólares y dejarme de joder”, dijo el pugilista. “Estoy peleando acá en Argentina con estos bagayos (…). Tengo que hacer una grande y retirarme. Voy a pelear con Cassius Clay.”
Cherquis, que al momento ni lo miraba, algo cansado de escuchar sus discursos aflautados, giró violentamente la cabeza y lo apuntó: “Ni se te ocurra: te mata”.
Bonavena conoció la existencia de Clay en 1963 cuando suspendido, luego de morderle la tetilla a Lee Car en el Panamericano de ese año, se había ido con su hermano mayor a probar suerte a los Estados Unidos. Allí, además de saber quién era Clay, vio cómo manejaba los códigos de la TV. Y se dio cuenta de que algo similar podía ser su negocio en Argentina.
Cualidades no le faltaban, era rápido, carismático y entrador. Así montó su personaje, aquel que aparecía en los programas en vivo de la TV de los ’60 con una linterna buscando a su rival-símbolo, el Goyo Peralta: “Me dijeron que Goyo estaba escondido por acá. Lo vine a buscar porque me parece una barbaridad que esté así de asustado”.
Bonavena estaba mucho en la TV, en el teatro de revista cantando el Pío Pío – canción que Palito Ortega le había compuesto –, o en su diario preferido, Crónica. Pero tenía virtudes como la de ser un muy buen boxeador.
¿Verdad o Mentira? Se movió por cielo y por tierra para buscar la pelea con Alí, convenciendo promotores y gente que lo apoyara. Desde Estados Unidos, mientras negociaba, se mandaba él mismo los telegramas de invitación para la pelea a su casa y luego se los mostraba a Héctor Ricardo García, el director de Crónica. También estuvo en Puerto Rico y Roma. Sin ir más lejos, cuando ultimaba detalles en la capital italiana, presenció la pelea del 7 de noviembre de 1970 en la que Carlos Monzón derrotó a Nino Benvenuti. En los archivos televisivos se puede apreciar la figura de Ringo, de traje oscuro, en la montonera de gente armada alrededor de Monzón en el Palazzo dello Sport.
– ¿Es verdad que vas a pelear con Clay?
– Por supuesto, ya lo dije –respondía a los periodistas.
–¿Y qué pensás de los que dicen que eso es una locura y una mentira?
– Que lo dicen porque son envidiosos. Y yo me río de los envidiosos.
Una vez que la pelea se confirmó, la pregunta apuntaba a otro lado:
–¿Le podés ganar a Clay?
–¿Le podés ganar a Clay?
–Je! Mejor preguntáme en qué round se cae.
Clay, ya convertido al islamismo luego de negarse a ir a la guerra de Vietnam aceptó, aunque sus allegados trataron de convencerlo de que no lo hiciera. Temían que Bonavena, un guapo que conocía todas las mañas del boxeo, fuera una carga demasiado pesada a 15 rounds para un Alí casi inactivo. Lo que nunca nadie imaginó es que Ringo iba a ganar una batalla que el púgil de Angelo Dundee nunca había perdido, la del chicaneo previo, debajo del ring.
La concentración fue en Grossinger, a 200 kilómetros de Manhattan. Allí estuvo el clan Bonavena cerca de un mes. Cuando los periodistas americanos lo interrogaban, Ringo no hablaba ni de Alí ni de Clay, hablaba del “Negro”. “Llegó a decir que le daba un poco de impresión pelear porque ‘los negros tienen olor’”, cuenta el doctor Cacho Paladino, quien compartió los días previos. “Le dije ‘loco, ojo que acá son todos negros’. Y empezó a aclarar que no todos los negros tenían olor, que solamente era Clay. En fin…”.
Esto generó la ira del pupilo de Angelo Dundee. Y todo explotó durante el pesaje previo a la pelea. Estaban sentados en un sillón separados por un médico que les iba a tomar la presión. Alí se sacó la remera y Bonavena arrancó tapándose la nariz.
– ¿Guay iu nou gou de armi? (¿Por qué no fuiste a la guerra?)
Alí lo miró no pudiendo creer lo que escuchaba: un boxeador blanco, sudamericano y sin título mundial, sacando chapa de canchero ante él, delante de toda la TV.
– Te voy a dar una paliza, contestó caliente.
– Jaaa … Iu arr e chiken…chiken, chiken!!…pipipipi, (“Vos sos una gallina”), dijo Ringo moviendo la mano, como quien espanta una mosca en el aire.
– Nunca debiste haber hablado así de Muhamad Alí, dijo el moreno, mientras se colocaba el estetoscopio en el brazo izquierdo.
– Clay…, aclaró Bonavena.
– ¡Alí!
– Clay, Clay…, repetía Ringo, entrando en risa.
– Te caés en el nueve, cambió de tema el americano, todo el mundo escuche, serás mío en el nueve.
– Te caés en el nueve, cambió de tema el americano, todo el mundo escuche, serás mío en el nueve.
– Maibe iu cam daun in seven, (“Quizá te caes vos en el siete”), redobló Ringo.
– Ok, vos decís el siete y yo digo el nueve, afirmó Alí, con ánimo de acabar con el tema.
– Ai laik de seven (“Me gusta el siete”), la siguió el Zurdo. Seven is culito in mai cantry (“Siete es culito en mi país”).
– Pongamos las cosas en su lugar, dijo Alí, desbordado. ¿Quién habla este idioma? (por el español).
– “Yo”, respondió un argentino. “
– Pregúntele en qué round piensa que puede ganarme?”
– Ahhhhhhh…¿¿¡¡estás preocupadooo, ehhh!!??. Jajajajaja – dijo Ringo sin necesidad de traducción – “Decile que ahora no le digo nada, ¡¡¡sorprais, sorpraissssss!!!
"
La previa tomó tal dimensión que el Ku Klux Klan hizo públicas sus simpatías por Bonavena y las Panteras Negras estuvieron en las afueras del Madison apoyando a Alí. El clima era tenso. Alí de pantaloncito y bata roja y blanca. Bonavena bata celeste y blanca y azul oscuro con vivos rojos. La pelea fue intensa. El campeón de mejor técnica y mayor porte dominó mayoritariamente las acciones pero el argentino mostró toda su guapeza para contrarrestarlo y en el noveno round llegó a alcanzarlo con “la bomba”, golpe que él mismo le daba a su zurda boleada. Alí resbaló. En la historia quedó como una caída, que en realidad no fue tal. Lo cierto es que sus golpes llegaron a estremecer al norteamericano, demostrando que estaba a tono con el mejor de todos los tiempos. Pero en el decimoquinto y último round, Ringo llegó extenuado, y un gancho corto y practicamente imperceptible, como los que sólo Alí podía lanzar, alcanzó su mentón y lo mandó a la lona. Hubo dos caídas más porque Ringo no se daba por vencido y aún vencido volvía a ponerse de pie, de guapo nomás, porque la suerte ya estaba echada.
Recuerda Cherquis: “Ya batido, en un hilo de voz, camino al vestuario, preguntaba ‘Diganmé, ¿yo guapié, no? Diganmé la verdad, guapié, no?’. Ésa era su preocupación. Horas después habló con su amigo, el Bambino Veira. ‘Quedáte tranquilo, Oscar, acá sos más ídolo que nunca’”. Lo pudo comprobar con los aplausos espontáneos de la gente cuando un Peugeot 404 descapotable lo trasladó de Ezeiza a su casa de la calle Treinta y Tres Orientales, en Parque Patricios. Y dos días después, cuando fue con el Bambino a ver Racing-Huracán a Avellaneda y El Cilindro lo recibió con un cerrado aplauso. Años después, Alí dio una apreciación sobre Ringo. “De Bonavena nos reíamos todos porque lo considerábamos un payaso. Pero él se reía de todos nosotros cuando iba camino al banco”.
En mayo de 1976 Oscar Natalio "Ringo" Bonavena, el campeón argentino de boxeo, caía asesinado a la salida de un prostíbulo en Estados Unidos. La historia cuenta que Joe Conforte, un mafioso de Las Vegas, lo mandó matar porque Bonavena mantenía un romance con su esposa, Sally Conforte. Una noche en la que Ringo acudió al cabaret del hotel, pero con la intención final de encontrarse con Sally, el guardaespaldas de Conforte, Willard Ross Brymer, lo asesinó de un escopetazo.
Fuente: www.elortiba.org