A comienzos del siglo XVIII, no era común, ni por asomo, que la gente en Inglaterra tomará té. Al acabar el siglo todo había cambiado. Todo el té que la East India Company era capaz de importar de China era consumido con gusto por los británicos.
Esta situación llevó a un problema económico. Los chinos no estaban especialmente interesados en ningún producto occidental y, por lo tanto, la balanza estaba peligrosamente inclinada: China exportaba mucho pero casi no importaba nada. Así, al nacer el siglo XIX, enormes cantidades de oro y plata salían de Inglaterra camino de China para pagar la adquisición de té.
La solución fue un poco retorcida. La East India Company comenzó a producir cantidades enormes de opio, con el apoyo del gobierno británico, y comenzó a introducirlas en China para crear y modular un nuevo mercado: opio por té. Unos años después, en 1839, la adicción al opio en China era un terrible problema.
El emperador chino tomó cartas en el asunto y puso en marcha un plan para acabar con aquel flagelo que estaba consumiendo a su gente. Ordenó destruir todas las existencias de opio que tenían los británicos en un puerto en el sur de China y los expulsó de allí.
Aquel hecho dio comienzo a una guerra, la guerra del Opio, en la que venció Inglaterra fácilmente, obligando a China a mantener durante décadas el mercado de té por opio. También aquel conflicto acabó dejando en manos británicas Hong Kong, que se mantuvo así hasta 1999.
Esta situación llevó a un problema económico. Los chinos no estaban especialmente interesados en ningún producto occidental y, por lo tanto, la balanza estaba peligrosamente inclinada: China exportaba mucho pero casi no importaba nada. Así, al nacer el siglo XIX, enormes cantidades de oro y plata salían de Inglaterra camino de China para pagar la adquisición de té.
La solución fue un poco retorcida. La East India Company comenzó a producir cantidades enormes de opio, con el apoyo del gobierno británico, y comenzó a introducirlas en China para crear y modular un nuevo mercado: opio por té. Unos años después, en 1839, la adicción al opio en China era un terrible problema.
El emperador chino tomó cartas en el asunto y puso en marcha un plan para acabar con aquel flagelo que estaba consumiendo a su gente. Ordenó destruir todas las existencias de opio que tenían los británicos en un puerto en el sur de China y los expulsó de allí.
Aquel hecho dio comienzo a una guerra, la guerra del Opio, en la que venció Inglaterra fácilmente, obligando a China a mantener durante décadas el mercado de té por opio. También aquel conflicto acabó dejando en manos británicas Hong Kong, que se mantuvo así hasta 1999.