Según palabras de Don Mario Benedetti, "siempre es conveniente y hasta imprescindible tener a mano una mujer desnuda", hipótesis ante la cual no oponemos objeción alguna. Ahora bien, a tener cuidado con quien tengamos a mano, si no fíjense a continuación lo que les sucedió a estos desprevenidos muchachos.
Brynhilde Paulsetter Sorenson, nació en Noruega hacia 1859. Era hija de un modesto granjero que obtenía dinero extra trabajando como prestidigitador circense en los espectáculos ambulantes que recorrían la península escandinava. Ni el circo ni la granja fueron suficientes para que la joven echara raíces en su tierra natal, y con 19 años emigró al nuevo continente, dispuesta a dimensionar de forma adecuada su ambición de riqueza.
Una vez allí, se casó con un sueco llamado Mads Sorenson. A esta unión se sumaron tres hijos adoptados, pues ella no conseguía quedar embarazada. Todo hacía pensar que Brynhilde había encontrado, al fin, la pretendida estabilidad financiera y sentimental.
Pero poco después comenzaron a surgir los sucesos funestos que rodearon su vida. Su esposo falleció en extrañas circunstancias tras haber firmado un seguro de vida, que concedió a su desolada viuda dólares suficientes para emprender negocios que, también de forma sorprendente, ardieron después de haber rubricado los oportunos documentos aseguradores.
Con la sombra de la sospecha sobre ella, buscó refugio en el condado de La Porte (Indiana). Allí, en 1902, se compró una granja y volvió a casarse; esta vez con Peter Gunnes, un afable ganadero dedicado a la venta de carne. En ese momento, Brynhilde – que hacía gala de su nuevo nombre, Belle Gunnes – representaba a una fornida dama de más de 1,90 metros de altura y 135 kilos de peso, lo que no le impidió quedar embarazada. Precisamente, durante la gestación, la Gunnes convenció a su esposo para que suscribiese un seguro de vida. A las pocas semanas, el infortunado Peter sucumbía tras recibir en el cráneo el supuesto impacto de una máquina para hacer salchichas.
Jenny, la hija mayor de Belle, advirtió que su madre había sido la causante del presunto accidente, si bien nadie quiso hacerle caso y la viuda cobró hasta el último dólar del seguro. Meses más tarde fue la niña, de apenas 10 años, la que desapareció, según su madre, para completar sus estudios en la ciudad de Los Angeles.
Belle decidió entonces cambiar su estropeada imágen y, tras dar a luz, adelgazó unos kilos para luego comprarse una dentadura postiza de oro que desde luego iluminó su rostro. De esa guisa, volvió a la tarea de conseguir un cónyuge perfecto para sus fines. Así, insertó anuncios en la prensa – se presentaba como una mujer joven, hermosa y de buena posición – con el propósito de contraer matrimonio con alguien de su talla que dispusiese de, al menos, 5.000 dólares en efectivo.
Al reclamo acudieron decenas de aspirantes que fueron convenientemente esquilmados y asesinados por la implacable noruega. Hasta que, en abril de 1908, las dudas acerca del comportamiento y las reiteradas reclamaciones de algunos familiares de la extensa nómina de desaparecidos desataron el último y terrible plan de la psicópata homicida.
El 28 de dicho mes una densa humareda cubrió la granja de los Gunnes y los que allí acudieron comprobaron, con estupor, cómo la casa había ardido en su casi totalidad, descubriéndose en su interior los cadáveres carbonizados de tres niños pequeños y un adulto sin cabeza.
De inmediato, se pensó en una desgracia fortuita. Sin embargo, la confesión de Ray Lamphere, un antiguo empleado y cómplice de la Gunnes, desveló el siniestro plan de huida planeado por la viuda. Así, al verse acosada por la justicia, Belle Gunnes acabó con las vidas de sus hijos y la de una camarera del pueblo que se parecía físicamente mucho a ella. La investigación posterior destapó un auténtico cementerio de los horrores en las tierras circundantes, con no menos de 14 cuerpos desmembrados y una enorme cantidad de brazos y piernas compilados en fosas comunes. Los restos desenterrados conformaron una lista fatal de al menos 42 víctimas mortales de esta suspicaz “Viuda Negra”.
Brynhilde Paulsetter Sorenson, nació en Noruega hacia 1859. Era hija de un modesto granjero que obtenía dinero extra trabajando como prestidigitador circense en los espectáculos ambulantes que recorrían la península escandinava. Ni el circo ni la granja fueron suficientes para que la joven echara raíces en su tierra natal, y con 19 años emigró al nuevo continente, dispuesta a dimensionar de forma adecuada su ambición de riqueza.
Una vez allí, se casó con un sueco llamado Mads Sorenson. A esta unión se sumaron tres hijos adoptados, pues ella no conseguía quedar embarazada. Todo hacía pensar que Brynhilde había encontrado, al fin, la pretendida estabilidad financiera y sentimental.
Pero poco después comenzaron a surgir los sucesos funestos que rodearon su vida. Su esposo falleció en extrañas circunstancias tras haber firmado un seguro de vida, que concedió a su desolada viuda dólares suficientes para emprender negocios que, también de forma sorprendente, ardieron después de haber rubricado los oportunos documentos aseguradores.
Con la sombra de la sospecha sobre ella, buscó refugio en el condado de La Porte (Indiana). Allí, en 1902, se compró una granja y volvió a casarse; esta vez con Peter Gunnes, un afable ganadero dedicado a la venta de carne. En ese momento, Brynhilde – que hacía gala de su nuevo nombre, Belle Gunnes – representaba a una fornida dama de más de 1,90 metros de altura y 135 kilos de peso, lo que no le impidió quedar embarazada. Precisamente, durante la gestación, la Gunnes convenció a su esposo para que suscribiese un seguro de vida. A las pocas semanas, el infortunado Peter sucumbía tras recibir en el cráneo el supuesto impacto de una máquina para hacer salchichas.
Jenny, la hija mayor de Belle, advirtió que su madre había sido la causante del presunto accidente, si bien nadie quiso hacerle caso y la viuda cobró hasta el último dólar del seguro. Meses más tarde fue la niña, de apenas 10 años, la que desapareció, según su madre, para completar sus estudios en la ciudad de Los Angeles.
Belle decidió entonces cambiar su estropeada imágen y, tras dar a luz, adelgazó unos kilos para luego comprarse una dentadura postiza de oro que desde luego iluminó su rostro. De esa guisa, volvió a la tarea de conseguir un cónyuge perfecto para sus fines. Así, insertó anuncios en la prensa – se presentaba como una mujer joven, hermosa y de buena posición – con el propósito de contraer matrimonio con alguien de su talla que dispusiese de, al menos, 5.000 dólares en efectivo.
Al reclamo acudieron decenas de aspirantes que fueron convenientemente esquilmados y asesinados por la implacable noruega. Hasta que, en abril de 1908, las dudas acerca del comportamiento y las reiteradas reclamaciones de algunos familiares de la extensa nómina de desaparecidos desataron el último y terrible plan de la psicópata homicida.
El 28 de dicho mes una densa humareda cubrió la granja de los Gunnes y los que allí acudieron comprobaron, con estupor, cómo la casa había ardido en su casi totalidad, descubriéndose en su interior los cadáveres carbonizados de tres niños pequeños y un adulto sin cabeza.
De inmediato, se pensó en una desgracia fortuita. Sin embargo, la confesión de Ray Lamphere, un antiguo empleado y cómplice de la Gunnes, desveló el siniestro plan de huida planeado por la viuda. Así, al verse acosada por la justicia, Belle Gunnes acabó con las vidas de sus hijos y la de una camarera del pueblo que se parecía físicamente mucho a ella. La investigación posterior destapó un auténtico cementerio de los horrores en las tierras circundantes, con no menos de 14 cuerpos desmembrados y una enorme cantidad de brazos y piernas compilados en fosas comunes. Los restos desenterrados conformaron una lista fatal de al menos 42 víctimas mortales de esta suspicaz “Viuda Negra”.