El 12 de marzo de 1930, Mahatma Gandhi emprende la manifestación conocida como Marcha de la Sal con vistas a arrancar la independencia de la India al Imperio Británico.
En los años precedentes, el Mahatma había multiplicado las manifestaciones no violentas y las huelgas de hambre para obtener para el Imperio de las Indias un estatuto de autonomía análogo al concedido a las colonias de población mayoritariamente europea como Canadá y Australia.
Al no conseguir resultados, ciertos miembros de su partido, el Partido del Congreso Nacional Indio, se impacientan y amenazan con desencadenar una guerra abierta, con una serie de sublevaciones armadas a favor de la independencia.
Gandhi, para no ser desbordado, advierte al virrey de la India que su próxima campaña de desobediencia civil tendrá como objetivo la independencia. Así pues deja su áshram de los alrededores de Ahmedabad, al noroeste del país, acompañado de algunas decenas de discípulos y de un séquito de periodistas.
Después de un recorrido a pie de 300 kilómetros, llega el 6 de abril de 1930 a la costa del Océano Índico. Avanza dentro del agua y recoge en sus manos un poco de sal. Por este gesto irrisorio y altamente simbólico, Gandhi alienta a sus compatriotas a violar el monopolio del gobierno británico sobre la distribución de sal.
En la playa, la multitud, nutrida de varios miles de simpatizantes, imita al Mahatma y recoge agua salada en recipientes. Su ejemplo es seguido por todo el país. De Karachi a Bombay los Indios evaporan el agua y recogen la sal a plena luz del día, desafiando a los británicos. Estos últimos llenan sus cárceles con 60.000 ladrones de sal indios.
Los independentistas indios, fieles a las recomendaciones de Gandhi, no se resisten a los arrestos violentos de la policía colonial. El mismo Mahatma es detenido y pasa nueve meses en prisión. Finalmente, el virrey reconoce su impotencia para imponer la ley británica, a menos que se utilizara ampliamente una represión violenta, con el riesgo que esta reacción quitara a los británicos todo crédito ante los indios, incluidas las élites. Cediendo a las peticiones de Gandhi, el virrey libera a todos los prisioneros y presionado por las circunstancias reconoce a los indios el derecho a recolectar ellos mismos la sal.
En los años precedentes, el Mahatma había multiplicado las manifestaciones no violentas y las huelgas de hambre para obtener para el Imperio de las Indias un estatuto de autonomía análogo al concedido a las colonias de población mayoritariamente europea como Canadá y Australia.
Al no conseguir resultados, ciertos miembros de su partido, el Partido del Congreso Nacional Indio, se impacientan y amenazan con desencadenar una guerra abierta, con una serie de sublevaciones armadas a favor de la independencia.
Gandhi, para no ser desbordado, advierte al virrey de la India que su próxima campaña de desobediencia civil tendrá como objetivo la independencia. Así pues deja su áshram de los alrededores de Ahmedabad, al noroeste del país, acompañado de algunas decenas de discípulos y de un séquito de periodistas.
Después de un recorrido a pie de 300 kilómetros, llega el 6 de abril de 1930 a la costa del Océano Índico. Avanza dentro del agua y recoge en sus manos un poco de sal. Por este gesto irrisorio y altamente simbólico, Gandhi alienta a sus compatriotas a violar el monopolio del gobierno británico sobre la distribución de sal.
En la playa, la multitud, nutrida de varios miles de simpatizantes, imita al Mahatma y recoge agua salada en recipientes. Su ejemplo es seguido por todo el país. De Karachi a Bombay los Indios evaporan el agua y recogen la sal a plena luz del día, desafiando a los británicos. Estos últimos llenan sus cárceles con 60.000 ladrones de sal indios.
Los independentistas indios, fieles a las recomendaciones de Gandhi, no se resisten a los arrestos violentos de la policía colonial. El mismo Mahatma es detenido y pasa nueve meses en prisión. Finalmente, el virrey reconoce su impotencia para imponer la ley británica, a menos que se utilizara ampliamente una represión violenta, con el riesgo que esta reacción quitara a los británicos todo crédito ante los indios, incluidas las élites. Cediendo a las peticiones de Gandhi, el virrey libera a todos los prisioneros y presionado por las circunstancias reconoce a los indios el derecho a recolectar ellos mismos la sal.