Quien primero escuchó los acordes de la Marcha de San Lorenzo fue una beba a la que su padre arrullaba interpretando en el violín los acordes que estaba componiendo. Cayetano Alberto Silva, negro y uruguayo, era nieto de esclavos y había llegado a Venado Tuerto, donde trabajaba como director de la banda municipal desde 1898.
En abril de 1901 consideró que la marcha estaba terminada y, como era conocido del coronel Pablo Richieri, le envió la partitura. El militar, entusiasmado con la obra, ordenó ejecutarla en un acto patriótico realizado el 28 de octubre de 1902 en San Lorenzo, oportunidad en que el maestro Silva dirigió dos bandas militares. Ésta fue la primera audición en público de su obra, con la presencia del presidente Roca.
Algunos años después, en abril de 1907, Silva le hizo escuchar la música de la marcha a su amigo Carlos Javier Benielli, un maestro mendocino que entonces tenía 29 años. Éste tomó algunos apuntes y al día siguiente le entregó a su amigo la letra encargada.
La increíble consonancia entre letra y música hace pensar que ésta fue creada sobre la poesía y no al revés, como realmente sucedió.
Esta marcha recorrió el mundo y fue ejecutada el 22 de junio de 1911 durante la coronación del rey Jorge V y en la asunción de la reina Isabel, actual soberana inglesa. Además, se ejecutó en los cambios de guardia del palacio de Buckingham, modalidad que fue suspendida en el tiempo que duró la Guerra de las Malvinas.
En los períodos germanófilos de nuestros gobiernos la marcha fue donada por el Ejército Argentino al alemán y éste, a su vez, nos obsequió la marcha Alten Kameraden.
Los nazis entonaron la marcha cuando ocuparon París en 1940 y también la utilizó el general Eisenhower para levantar la moral de las tropas después del desembarco de Normandía y cuando liberó París, en 1945.
Con el tiempo Silva partió hacia Rosario, ejerció su profesión y terminó siendo policía. Al morir -en 1920- esa institución le negó sepultura en el Panteón Policial por ser de raza negra, por lo que fue sepultado sin nombre.
En 1997 sus restos fueron trasladados al Cementerio Municipal de Venado Tuerto y su casa, donde durante mucho tiempo funcionó una vinería, hoy es un museo.