NAPOLEON Y SU WATERLOO

Antes de la Batalla de Waterloo, Napoleón estaba listo para enfrentarse a los británicos, belgas, daneses y alemanes que conformaban su enemigo.

El propio Duque de Wellington (comandante del ejército aliado) decía que la presencia de Napoleón en el campo de batalla equivalía a 40.000 soldados. Este genio militar con su enorme capacidad para actuar contundentemente e intuir lo que el enemigo iba a hacer, ya había derrotado a ejércitos más numerosos. Pero no pudo aquel 18 de junio en la aldea belga de de Mont-Saint-Jean, cerca de Waterloo, volver a realizar la misma hazaña.

Al parecer, el Gran Corso no tenía su mejor día, al estar pasando por una infección de vejiga y estar sufriendo también de hemorroides, que lo mantuvieron alejado del campo de batalla. Con estos problemas, a parte de nublar la mente en cierta medida, también se limitaba considerablemente su movilidad. Los dolores le hicieron pasar una mala noche y también necesitar cierto opio para soportar el dolor, lo que va en contra de la lucidez mental y la rapidez de reflejos.

A pesar de todo, el ejército francés estuvo a punto de alzarse con la victoria. Sólo en los momentos finales de la batalla, se decidió la suerte de Waterloo.

Las bajas fueron graves en los dos bandos, lo que hizo pronunciar a Wellington al final de la lucha, al ver el campo de batalla plagado de cuerpos inertes: "Al margen de una batalla perdida, no hay nada más deprimente que una batalla ganada".

El sueño de Napoleón moría definitivamente, las fronteras se restauraron volviendo al estado anterior. Será exiliado el 26 de julio en la isla de Santa Helena, situada en la mitad del Atlántico, donde morirá seis años después.

Podría la batalla de Waterllo haber tenido otro desenlace de haber contado el ejército francés con su líder en la plenitud de sus facultades? Es una buena pregunta cuya respuesta nos la ha vedado la historia, o mejor dicho la infección urinaria y las hemorroides.



La Batalla de Waterloo, óleo de William Sadler.