El campeón esperaba en su vestuario la hora de la pelea rodeado de amigos en un clima por demás relajado, donde intercambiaban risas y charlas sobre mujeres y finanzas, mientras su asistente vendaba sus puños. Todo el mundo sabía que el compromiso que lo esperaba, poco tenía que ver con otras veladas en las que había protagonizado heróicas y maratónicas peleas frente a rivales de primer nivel internacional. Por lo demás, la prensa, los apostadores, y sus compatriotas que vitoreaban su nombre en las plateas ansiosos por verlo en acción, no dudaban que aquella noche su título no corría peligro.
El retador era un joven desconocido, que si bien había acumulado algunas victorias, habían sido frente a oponentes de poca o nula experiencia. No sólo eso, había recibido inesperadamente la oportunidad que se le presentaba, gracias a la deserción del candidato original.
Llegó la hora y los boxeadores se encontraron en el ring. El campeón intentó en vano amedrentar a su rival con su recia mirada, ya que éste no levantaba sus ojos del suelo. La pelea comenzó y el campeón no tardó en darse cuenta que la cosa no iba a ser tan sencilla. El muchacho lucía en buena forma, se mantenía muy tranquilo y era dueño de una derecha muy pesada. A medida que los rounds se sucedían, el fervor inicial del público se fue tornando en silencio, ya que lo que había comenzado como un trámite se fue convirtiendo en una pelea muy dura y de pronóstico por demás reservado. El campeón no salía de su asombro, la frialdad de su oponente parecía la de un boxeador mucho más experimentado, su estado físico impecable, y sus derechas demoledoras que fueron haciendo mella en su humanidad.
Finalmente en el duodécimo asalto, una perfecta combinación de golpes, hizo retroceder al campeón, que tambaleando buscó refugio en su propia esquina. Pero nada pudo hacer, una potente derecha que no tuvo posibilidad de ver por su velocidad, se estrelló de lleno en su rostro sacudiéndole la cabeza y mandándolo a la lona. A pesar de su coraje y de su bravío esfuerzo por continuar, las piernas no le respondían y la cuenta fue por el total.
Había ocurrido lo inesperado por muchos, quizás por todos. Pero no para Carlos Monzón, que en aquella inolvidable noche del 7 de noviembre de 1970 en el Palazzo Dello Sport de Roma, acababa de noquear a Nino Benvenuti, consagrándose campeón del mundo al obtener la corona mundial de peso mediano de la Asociación y el Consejo Mundial de Boxeo.
Por Gabriel Real | La Sodera 2012
El retador era un joven desconocido, que si bien había acumulado algunas victorias, habían sido frente a oponentes de poca o nula experiencia. No sólo eso, había recibido inesperadamente la oportunidad que se le presentaba, gracias a la deserción del candidato original.
Llegó la hora y los boxeadores se encontraron en el ring. El campeón intentó en vano amedrentar a su rival con su recia mirada, ya que éste no levantaba sus ojos del suelo. La pelea comenzó y el campeón no tardó en darse cuenta que la cosa no iba a ser tan sencilla. El muchacho lucía en buena forma, se mantenía muy tranquilo y era dueño de una derecha muy pesada. A medida que los rounds se sucedían, el fervor inicial del público se fue tornando en silencio, ya que lo que había comenzado como un trámite se fue convirtiendo en una pelea muy dura y de pronóstico por demás reservado. El campeón no salía de su asombro, la frialdad de su oponente parecía la de un boxeador mucho más experimentado, su estado físico impecable, y sus derechas demoledoras que fueron haciendo mella en su humanidad.
Finalmente en el duodécimo asalto, una perfecta combinación de golpes, hizo retroceder al campeón, que tambaleando buscó refugio en su propia esquina. Pero nada pudo hacer, una potente derecha que no tuvo posibilidad de ver por su velocidad, se estrelló de lleno en su rostro sacudiéndole la cabeza y mandándolo a la lona. A pesar de su coraje y de su bravío esfuerzo por continuar, las piernas no le respondían y la cuenta fue por el total.
Había ocurrido lo inesperado por muchos, quizás por todos. Pero no para Carlos Monzón, que en aquella inolvidable noche del 7 de noviembre de 1970 en el Palazzo Dello Sport de Roma, acababa de noquear a Nino Benvenuti, consagrándose campeón del mundo al obtener la corona mundial de peso mediano de la Asociación y el Consejo Mundial de Boxeo.
Por Gabriel Real | La Sodera 2012