LAUREANO MARADONA, LA OTRA MANO DE DIOS

El apellido Maradona es conocido por todos los argentinos y por todo el mundo por Diego, el brillante futbolista que con su magia dejó a la celeste y blanca en lo más alto. Pero aquí en Nuestras Raíces les contaremos de otro Maradona el Dr. Esteban Laureano Maradona un médico menos conocido pero que también realizó grandes proezas en su profesión y merece este reconocimiento y homenaje.

El Dr. Maradona, fue un médico que se preocupó por los más humildes y olvidados del monte formoseño, atendió a los aborígenes, a los leprosos, a los más pobres sin cobrar honorarios. Además fundó una colonia, una escuela y escribió libros. Leamos y conozcamos a este verdadero ejemplo de médico y de persona...

Esteban Laureano Maradona nació en Esperanza (Santa Fe) el 4 de julio de 1895, de muy niño fue llevado a la estancia "Los Aromos", junto a sus hermanos, y allí, con ellos y sus padres, en contacto íntimo con la naturaleza, pasó los mejores días de su vida. Sin embargo, antes de entrar en la adolescencia, se vio obligado a dejar su paraíso, pues la familia se trasladó a vivir a Buenos Aires. En ella se recibió de médico dos décadas después, en 1928. Se instaló unos meses en la Capital Federal y luego se fue a vivir a Resistencia, capital del entonces Territorio Nacional del Chaco. Por persecuciones políticas emigró al Paraguay, y ofreció sus servicios para desempeñarse como médico en la "Guerra del Chaco", sostenida entre Bolivia y Paraguay, y que acababa de estallar. Se lo incorporó en la Armada y estuvo contento de que se le confiarán enfermos y heridos de los dos países, pues según sus palabras, "el dolor no tiene fronteras". 

Terminada la guerra, volvió a la Argentina, a pesar de que el gobierno paraguayo le pidió que se quedar. En nuestro país se desempeñó primero como "camillero" pero tres años después era el Director del Hospital Naval.
En medio de un viaje en tren que lo llevaría de Formosa a Tucumán, sucedió un curioso episodio: el tren que lo transportaba se detuvo a hacer un trasbordo de pasajeros en Estanislao del Campo, un pequeño pueblito del monte formoseño, allí una parturienta se debatía por su vida y la de su hijo en un parto y siendo el único médico que andaba por el lugar se quedó atendiéndola. Los lugareños no dudaron en pedirle que se quedará en el poblado puesto que allí no había ningún médico que los atendiera. Fue así como desde ese año 1935 y durante 25 años permaneció viviendo en Estanislao del Campo.
Al poco tiempo de vivir allí, vió aparecer a los aborígenes de las cercanías. Llegaban de cuando en cuando a los comercios y viviendas de los límites del poblado, ofreciendo canjear plumas de avestruces, arcos, flechas y otras artesanías por alguna ropa o alimento que necesitaban. Eran tribus de tobas y de pilagás. Habían sido soberanos en esos montes; pero ahora deambulaban por ellos como espectros en fuga: derrotados, miserables, desnutridos, enfermos y heridos de muerte por las invasiones extranjeras, que los castigaron sin razón ni piedad.

Se conmovió hasta los más profundo de su ser cuando advirtió la desventura que flagelaba el espíritu y el cuerpo de esos semejantes, y entendió que era su obligación moral aportar algún esfuerzo que contribuyera a beneficiarlos. En ese cometido, realizó gestiones ante el Gobierno del Territorio Nacional de Formosa y obtuvo que se les adjudicara una fracción de tierras fiscales. Allí, reuniendo a cerca de cuatrocientos naturales, fundó con éstos una Colonia Aborigen, a la que bautizó "Juan Bautista Alberdi", colonia que fue oficializada en 1948. 

Les enseñó algunas faenas agrícolas, especialmente a cultivar el algodón, a cocer ladrillos y a construir sencillos edificios. A la vez, los atendía sanitariamente, todo, por supuesto, de manera gratuita y benéfica, hasta el extremo de invertir su propio dinero para comprarles arados y semillas. Luego edificaron una Escuela, la primera bilingüie del país, donde enseñó como maestro durante tres años, dando clases en castellano y en la lengua de esos aborígenes. 

En 1981 un jurado compuesto por representantes de organismos oficiales, de entidades médicas y de laboratorios medicinales, lo distinguió con el premio al "Médico Rural Iberoamericano". 

A principios de junio de 1986, cuando ya desbordaba los 91 años, se enfermó. Entonces un sobrino que residía en Rosario, el doctor José Ignacio Maradona y su esposa Amelia, lo hicieron traer para que lo asistiesen y se quedara a vivir con su familia. Cuando lo conducían pidió que no lo llevaran a un nosocomio privado; quería que lo internaran en un hospital público, "adonde va la gente pobre". Accediendo a sus deseos se lo internó en el Hospital Provincial. 

Murió de vejez, poco después de despuntar la mañana del 14 de enero de 1995; le faltaban apenas unos meses para cumplir los cien años. Fue sepultado en el panteón de la familia "Maradona Villalba", en el cementerio de la ciudad de Santa Fe, junto a sus padres.