En 1870, Pascual, Miguel y Domingo Lasalvia decidieron dejar Tramutola, provincia de Potenza, Italia, para alegrar a los niños de Argentina. Luthiers de profesión, estos hermanos fueron los pioneros en lo que sería la mayor atracción de los chicos argentinos durante muchos años: la calesita. Ya instalados en este país fabricaron los famosos organitos con música. Aprovechando estos instrumentos, Vicente y Pascual tuvieron una idea: formar una empresa para la construcción y explotación de carruseles con música de organitos. La empresa se llamó Cuma -Carruseles Ultramodernos Argentinos Lasalvia- y encaró la construcción de varias calesitas.
Así nació la primera calesita Argentina que fue construida por encargo a Cuma por la firma Secualino Hnos. en 1943. El primer carrousel nacional tuvo un encanto que perdura hasta nuestros días. Secualino Hnos. encargó al tallista Ríspoli la decoración de la calesita, quien ejecutó figuras corpóreas como caballos en exposición, leones y burros. Además talló en 12 biombos de cedro policromado temas circenses y el cuento de los Tres chanchitos y el Lobo feroz.
La primera calesita Argentina comenzó a funcionar en 1943 en un terreno baldío, situado en la esquina de Hidalgo y Rivadavia, de Capital Federal. Allí estuvo hasta 1946, año en que pasó al Jardín Zoológico, donde con su música proveniente del organito motorizado y sus figuras talladas con total esmero, alegró la infancia de los niños de Buenos Aires y de todos los que lo visitaron.
La sortija es un invento argentino. Según cuentan los viejos calesiteros, la idea fue tomada del campo, donde un jinete, ensarta en la punta de una vara, una sortija (aro) que cuelga de una cinta a determinada altura.
Dicen que no hay días más tristes para los calesiteros que los de lluvia. Porque extrañan el ritual del suave girar de los caballos de madera, la sortija y las expresiones fascinadas de los chicos. Un ritual que repiten desde hace décadas, pero que no pierde su encanto.
En 2001, los calesiteros estuvieron en peligro. Las concesiones estaban vencidas y desde la Secretaría de Hacienda se empezó a preparar una nueva licitación para llevar a las calesitas a subasta pública. Un rumor decía que un grupo económico iba a reemplazarlas por modernos carruseles, como los de los shopping.
Afortunadamente, sobrevivieron y superaron el embiste, que fue el primero, pero el tiempo dirá si último. Por ahora continuarán alegrando a los más pequeños en las soleadas tardes de las plazas, resistiendo el arrebato de las tecnologías de los juegos de hoy, en una batalla desigual.
La inocencia de nuestros niños y la reconstrucción imaginaria de nuestros padres de sus propias infancias, continúan alentando su esperanza.