Realmente nos creemos que estamos condenados al éxito, como alguna vez nos dijo uno de nuestros presidentes. Es como si fuera nuestro destino manifiesto. Es que por alguna inexplicable razón seguimos tirando de la cuerda de la presunta fortuna persuadidos de que nunca se va a cortar, como si nos empeñáramos en romper aquel hechizo que alguna vez nos bautizó como Argentina, la tierra de la plata.
El éxito hay que ir a buscarlo y sólo se puede llegar a él si el objetivo es consensuado. Se pueden ofrecer distintos caminos para llegar a él, pero no podemos perder de vista esa meta histórica que un país debe proponerse. No podemos ser un país durante una década y otro completamente diferente en la siguiente. No podemos modificar el rumbo tan abruptamente. No puede ser que el otro haga todo mal y uno haga todo bien. No puede ser que no se pueda rescatar nada de los predecesores ni de los que piensan de una manera diferente.
Parece que nunca estamos conformes con nada, pero tampoco hacemos nada. Nos quejamos de la suciedad pero tiramos sin prejuicios el papel en la calle cuando pelamos el alfajor. Nos quejamos de la corrupción pero somos los primeros en coimear a un agente de policía o colarnos en el tren. Nos quejamos del valor de la moneda, pero somos los primeros en especular con sus vaivenes.
Sobre todo nos quejamos de nuestros funcionarios, pero somos quienes los votamos. Debe ser que en definitiva nos representan muy bien, son tal cual somos nosotros. Los funcionarios apelan a las recetas cortoplacistas y tribuneras para manterse en el poder, y nosotros como pueblo pretendemos éxitos espontáneos y egoístas. Ambos se limitan a la inconsistencia de lo efímero y el poder personal. Poder que nos gusta mucho, y su búsqueda desenfrenada enferma y puede hacer estragos, en uno y en los demás.
La solución para los problemas de nuestro país está exclusivamente en nuestras manos, no está afuera. No es culpa de quien gobierna hoy, ni de quien gobernó antes, o antes de antes, no es culpa de los rojos ni de los negros, no en su totalidad al menos. Si existieron mountruos en nuestro país, es porque nosotros los creamos, si existieron cuervos, es porque nosotros los criamos, o al menos la mayoría, y eso basta.
Es la hora en que pensemos realmente como una nación, con un proyecto único pensado a mediano y largo plazo, y empezar de una vez por todas a tirar del mismo hilo, sin importar nuestra ideología o nuestra bandera política. Hace años que nos quejamos de las mismas cosas, pero parece que en definitiva son nuestras últimas preocupaciones, porque no hacemos nada al respecto. Decidámosnos y empecemos por algo, la salud pública, los hospitales, la educación, las escuelas, la inseguridad, la justicia, la pobreza, la corrupción.
Hay mucho por hacer, pero parece que nos detenemos siempre ante la misma piedra. Tenemos todo a favor, somos un país indudablemente rico, fundamentalmente en cuanto a recursos humanos. Es hora de unirnos y empezar a trabajar para él, que es el país que le dejaremos a nuestros hijos y a nuestros nietos, que a su vez aprenderán de nosotros a amar a su tierra y respetar a sus prójimos. Pensemos qué valores queremos que ellos reciban de nosotros y actuemos en consecuencia.
GB | La Sodera | 2012