Erich Mühsam lo tenía todo para ser blanco del odio nazista. Alemán, judío, anarquista, vegetariano, ecologista y poeta en unos años y lugares (la entreguerra centroeuropea) en los que cada una de esas atribuciones era por sí sola una garantía de condena. Si cada nombre es un destino, Erich lo clava con su apellido: mühsam significa penoso en alemán. Penosos serían los últimos meses de nuestro poeta.
Erich había nacido en Berlín, allá por el año 1878. Su temprana simpatía por los movimientos socialistas le acarrea expulsiones disciplinares que le impiden continuar los estudios juveniles. Entrado el nuevo siglo, el anhelo panfletario se le enciende y de qué manera. Erich escribe versos revolucionarios, colabora en revistas radicales y publica artículos bajo un ideal socialista que cada vez más tiende hacia el anarquismo sin violencia.
Siempre en movimiento por diversas ciudades del continente, las continuas detenciones no parecían enfriar el ánimo de Mühsam. Ecologista cosmopolita, se rinde a la naturaleza componiendo himnos dedicados a los animales. Optimista prometeico, jamás fue un iluso, conociendo como conocía las delicias de tanta cárcel. Su vigor lo empujaba a fundar revistas, a escribir obras de teatro, a luchar por los presos políticos que poblaban las prisiones de la época.
Cuando en 1933, Hitler llega al poder en Alemania, Erich Mühsam para nunca recuperar su libertad. Fue destinado a distintos campos de concentración, donde fue torturado reiteradamente. Entonces se produjo un hecho increíble para los agnósticos y milagroso para los religiosos.
En la casa de un científico encarcelado por su origen hebreo los miembros de las SA habían encontrado un chimpancé. La perversa imaginación nazi, no conocía escrúpulos; a uno de ellos se le ocurrió una sádica idea: encerrarlo, maltratarlo y no darle de comer durante cuatro días, y luego llevárselo al vegetariano a ver qué sucedía. Así fue.
Erich, apenas un despojo ya de carne humana, vio abrirse la puerta de su celda entre las risas obscenas de los guardianes. El mono apareció delante de sus narices. Los nazis gozaban de antemano con la escena del chimpancé excitado devorando al poeta defensor de animales. El simio se acercó a Mühsam, se detuvo enfrente, se arrodilló y, para desilución de los que reían hasta entonces a carcajadas desde afuera, se puso a lamer las llagas abiertas del prisionero.
De aquellos nazis risueños sólo sabemos que hoy habitan el infierno del olvido, en cuanto a Erich y el chimpancé, ni uno ni otro pudieron evitar su cruel destino, pero hoy ocupan un lugar juntos en los cielos de nuestra memoria.
De aquellos nazis risueños sólo sabemos que hoy habitan el infierno del olvido, en cuanto a Erich y el chimpancé, ni uno ni otro pudieron evitar su cruel destino, pero hoy ocupan un lugar juntos en los cielos de nuestra memoria.